Al más puro estilo conductual, cuando hay un estímulo se produce una respuesta, como los perros que salivan cuando suena una campanita porque después va seguida de comida. La de veces que nos comportamos como ese perro de Pávlov o como el resto del reino animal y reaccionamos, sin darnos cuenta en todo ese espacio que hay entre el estímulo y nuestra respuesta.
Eres el presidente o la presidenta de tu comunidad, suena el timbre varias veces seguidas y tú te vas a cabrear pensando que se avecina un marrón: algo se ha roto, tengo que llamar a la administración, con algo están descontentos, una gotera, las bajadas se han atascado...
Si vamos con el piloto automático, nada más sonar el timbre, nos iremos ofuscando camino a la puerta, sin pensar en las consecuencias que cada cabreo tiene en tu organismo. Tampoco nos daremos cuenta de cómo ha ido cambiando nuestro cuerpo y de estar bien, feliz o normal, una serie de reacciones, lo han llevado al malestar, sin saber si quiera, lo que hay detrás de la puerta.
El problema es que esa alteración de nuestro estado de ánimo, se queda con nosotros un tiempo después y peor aún, cada vez que alguien llama a la puerta dos veces seguidas, repetimos la misma reacción con el mismo enfado.
Para aprovechar ese espacio que media entre uno y otro, es necesario desarrollar la autoconciencia y ser conscientes de lo que ocurre en el momento que ocurre.
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