Vas a una reunión muy importante pero decides ir caminando para calmarte un poco porque de tu presentación depende ganar esa cuenta para la empresa. En el paseo pasas por un parque muy bonito y agradable, pero no puedes centrarte en lo que te rodea porque vas pensando en ese encuentro con el cliente.
Repasas lo que has preparado una y otra vez, intentas anticipar las preguntas que pueden hacerte y qué podrías contestar, evalúas si vas bien o mal vetid@ para el momento y te surge la duda de si hubiese sido mejor haber cogido otro tipo de ropa...
Has pasado por el parque y no te has enterado de nada, de absolutamente nada. Ibas con el piloto automático encendido, pensando en tantas cosas que te has perdido el lago, los patos, una fuente, los árboles...
Si hubieses apagado el piloto, habrías visto y experimentado lo que te rodeaba. Te habrías calmado y habías disfrutado de la brisa, de los árboles, del sonido del agua, de la frescura que te produce pararte en la fuente, de los animales que vuelan cerca de ti...
Llegas a la oficina y la presentación se ha cambiado de día. No será hoy. Y tú has perdido una magnífica oportunidad para sentir ese paseo, preocupad@ por algo que no va a pasar ese día. Has decidido desconectarte del mundo que te rodea por intentar planear una reunión que no había sucedido y responder a unas preguntas que no te habían hecho.
Piensa por un instante si ha merecido la pena ir con el piloto automático. En tus manos está que a partir de ahora decidas apagarlo, cada vez, en más ocasiones.
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